No se si me había rascado, rozado o golpeado con algo, pero el caso es que el pezón izquierdo hacía días que me dolía. Y a mí, cuando algo relacionado con la salud lleva días molestándome, visito al médico, inexorablemente.
Afortunadamente mi doctora de familia, Esther, es paciente con tipos como yo, y todo sea dicho: es encantadora y adoro esos momentos fugaces en la consulta.
Cuando por fin me llegó el turno, entré y le expliqué lo que me ocurría. Me hizo sentar en la camilla y quitarme la camisa. Se puso los guantes azules de vinilo y con una delicadeza infinita me palpó el pezón por su perímetro, mirándolo de cerca y con detenimiento. A cada cambio en la palpación me preguntaba si me dolía, a lo que yo respondía 'un poco', 'un poco más...'.
Después de un rato de exploración se detuvo, y con un gesto hábil se introdujo la mano dentro de la bata. Debió ver mi expresión incómoda, porque me dijo: “No te asustes, hombre, solo quiero comprobar una cosa", y se distrajo durante unos segundos tocando y palpando lo que yo imaginaba: su pezón. Obviamente no veía nada, pero no por ello dejaba de sentirme algo violento, aunque no sin cierto grado de excitación,al tiempo que mi respiración empezaba a agitarse. Seguidamente se llevó la mano al otro pecho y me miró con cara, podríamos decir... "científica".
Con un gesto leve pero decidido, y sorteando con destreza los pliegues de la bata, llevó mi mano derecha hasta su pecho, al primero que ella se había palpado, . 'Solo quiero que compruebes tú mismo una cosa'. Mi mano se introdujo en aquel recoveco íntimo, suave y caliente, y entro en contacto con su pecho blando, en contraste con una parte más dura que era su pezón, notando la dulce textura de su aréola. 'Cómo lo notas?', me preguntó. Yo no sabía que responder, ni siquiera me atrevía a disfrutar, a recrearme de aquel momento tan inesperado, tan surrealista. Pero moví los dedos de una forma indecisa notando en mis yemas el contraste de la piel del seno con el de la aréola, que cambiaba de textura y se endurecía por momentos.
Noté su aliento próximo, y su respiración cada vez más agitada; su rostro cercano. Pude ver cada lunar de su cara, cada rizo, cada tirabuzón de su pelo. Por un momento me rozó con la bata la parte más sobresaliente de mi erección, llevándome hasta un imprevisto orgasmo, rabioso, que acompañó con el roce lento de su cuerpo.
“No noto nada preocupante” dijo de repente. Mi mano ya se encontraba fuera de su intimidad y la doctora ya estaba detrás de su mesa haciendo anotaciones en el ordenador. 'Si en una semana te sigue doliendo me vienes a ver'. Solo le faltó decir: 'sécate', pero yo estaba absolutamente seco.
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