Indiscreción

No me hace sentir especialmente cómoda ser la única mujer trabajando en el taller de esta empresa. Al parecer alguien le ha explicado al Director General (Daniel Tomás, creo que se llama) que las mujeres somos más eficientes con determinadas tareas. Un genio el tío eh? Pues aquí estoy en mi primer día de trabajo, después de 3 años en el paro, con un contrato nada despreciable y para una labor relativamente sencilla; 8 horas, de 06:00 a 14:00, vacaciones más que razonables y un ambiente a primera vista agradable, aunque el nivel de exigencia se tercia elevado.
Será cosa de entrar en la fábrica y no pelarme de frío en la calle, a la 05:45 en pleno invierno y, como no, con unas ganas locas de hacer pis, fruto de los nervios, Vamos allá!
Después de presentarme a todo el mundo me quedo con la incógnita: dónde me cambiaré? soy una curranta de taller y parece que solo hay un vestuario. No han pensado en que una mujer no puede… ya sabes. Para mi alivio estaba todo previsto: habían puesto un pestillo a la puerta del vestuario “unisex”, aunque no me inspiraba mucha seguridad. Pero mi principal preocupación no se encontraba ahí en ese momento, ahora tocaba enfrentarse con el nuevo trabajo y la nueva disciplina.
El día pasó rápido. Tenso pero rápido. No pensé ni siquiera en ir al baño (llevaba horas sin mear). Por suerte habían desplazado mi horario 1 hora respecto al resto de personal, para no coincidir en las horas de entrada y salida con los hombres. Para ir al baño me dirigieron a los servicios del personal de oficinas, que eran también “unisex”,formado por dos WC y un lavamanos. A pesar de no haber ningún cartel, el de la derecha era para los hombres y el de la izquierda para las mujeres.Todo muy pulcro.
Los días fueron pasando y fui cogiendo confianza con mis compañeros, todos muy atentos y solícitos. Respetuosos en todo momento por la cuenta que les tenía. Sin duda, una empresa con más mujeres hubiera sido completamente diferente. Trabajar con harpías se hace más complicado, aunque harpía llama a harpía. Estaba quién era más o menos gracioso y el más o menos ligón, pero el día a día no permitía más, afortunadamente, que alguna risita o alguna puyita.
Mi preocupación por el tema vestuario también desapareció. Mi estancia en el mismo era breve: el tiempo que tardaba en cambiar mi ropa de calle por los pantalones, camiseta y calzado de trabajo. Empezaba el verano y la temperatura era agradable.
A medida que nos adentramos en la estación estival apetecía más ducharse. La ducha estaba limpia, pero no acababa de sentirme segura. Me cambiaba cada día de camiseta, pero llegó el días en que decidí darme una ducha! Y no pasó nada! Qué gustazo salir fresquita del trabajo!!
Pero no todo podía ser miel sobre hojuelas. Un día al acabar la jornada, entré y cerré mecánicamente la puerta con el pestillo, como cada días, pero cuando me estaba desabrochando el calzado oí que la ducha estaba funcionando. Mi primera reacción fue salir, pero solo abrir el pestillo, escuché el ruido de la mampara al abrirse y me escondí tras uno de los bloques de taquillas aguantando la respiración para no ser descubierta.
Por una de las rendijas entre taquilla y taquilla pude ver que se trataba de Daniel, el Director General. Qué demonios hacía el tipo ese duchándose en el trabajo? Él no sudaba en su oficina con aire acondicionado!! los nervios de la situación no me impidieron ver que no tenía mala pinta. Seguro que era carne de gimnasio y pista de padel. Había salido con la polla morcillona con toda la pinta de haberse pajeado. Eso me produjo una punzada de excitación y de calor en las mejillas. Imagino que de estar más tranquila hubiera notado más latente la humedad que se había formado en mi pobre y abandonado coñito.
Ví como el Dire procedía a sacarse los restos de semen de la polla limpiándose con la toalla. De buen gusto se lo sacaba yo, pensé, y me reí hacia dentro. Si reía hacia fuera delataría mi presencia, y no era esa mi intención, claro.
Mi incipiente excitación estaba mezclada con unas ganas locas de que acabara y se fuera de una vez. No se si para salir de ese enredo o para poderme acariciar un rato, ya que mi humedad iba  en aumento al ver por la rendija que su pene parecía crecer. Eso no necesariamente era bueno y podia implicar que mi estancia allí se alargase.
Ya me lo imaginaba haciéndose una paja en mis narices, mis ocultas narices, claro. Pero ví que cogió el móvil e hizo una llamada. No me enteré de lo que decía ya que lo que dijo lo  susurró, pero lo cierto es que al cabo de un minuto se abrió la puerta y apareció Raúl, su sócio. El Dire estaba sentado en el banco alargado que empleaban los compañeros para sentarse y cambiarse. Este banco tenía la particularidad de parecer un espejo de lo pulido que estaba, lo cual le confería un morbo adicional. Raúl se le acercó y le besó profundamente en la boca.  Seguidamente se puso de cuclillas y abrazó su pene rígido con la boca, practicándole una lenta y meticulosa felación.
Mi excitación empezó a superar al miedo a ser descubierta,  y aprovechando su aparente distracción, desabroché con cuidado el botón de mis pantalones para poder acceder a ese humedal que se me había formado en la entrepierna. Tuve que reprimir mis gemidos mientras, de mala manera, accedía a mi raja y me acariciaba. Mientras, Raúl seguía con su movimiento cadencial, chupando el pene de Daniel con fruición. Su respiración agitada vaticinaba un final cercano y no tardó en evidenciar, por sus gemidos en aumento, que la boca de Raúl se estaba llenando de su leche. Se había acabado el espectáculo. O eso creía yo.
Raúl quería su desquite, eso estaba claro cuando ví como se bajaba los pantalones y los calzoncillos y dejaba su verga tiesa al descubierto. Se sentó en el banco de forma estratégica para facilitar a Daniel la introducción de la polla en su ano, que entró con pasmosa facilidad. Era un espectáculo al que jamás se me hubiera ocurrido pensar que asistiría, pero ahí estaba yo, viendo como mis jefes se follaban y yo cachonda perdida, de voyeur, detrás de unos armarios metálicos. Los movimientos eran de una precisión exquisita y ambos parecían disfrutar de igual manera.
Los gemidos intensos de Raúl anunciaron su orgasmo lento y convulso. Daniel se retiró despacio y limpió con su boca los restos de leche que le habían quedado en la polla. Seguidamente Raúl hizo lo mismo con su culo, lamiendolo, y finalizaron su cópula con un beso largo e intenso, abrazados.
En cuestión de pocos minutos salían del vestuario y me dejaban inmersa en un mar de placer contenido y tensión.
No quise salir de mi escondite hasta pasado un buen rato. Era posible que alguno de los dos se hubiera dejado algo olvidado, como suele pasar a los hombres. Una vez más segura, salí, me cambie y salí escopetada hacia casa, con la sensación de aquello no había ocurrido. Por suerte no tenía que pasar delante de esos dos. No hubiera podido soportarlo.
Aquella noche reviví cada una de las imágenes y momentos a través de aquella rendija, gimiendo en la soledad de mi cama, y descubrí en mí cierta vocación voyeur.

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