El Coulant (relato erótico de un acto)


Estamos en tu coche. La cena ha estado deliciosa. Hemos comido foie, pescado y un delicioso coulant de chocolate. Me has pedido que coja el coulant con la cucharilla lentamente y que la relama como te gusta que haga. Dices que mi lengua juguetona está así ya entrenada para lo que pueda venir después. 

Aparcas el coche. Te quitas el cinturón y yo no entiendo nada. 
-¿Porqué te paras aquí?- te pregunto. 
-Vamos a parar un rato. 
-¿Porqué? ¿No me llevas a casa? 
-Espera, juguemos un rato. Ven. 

Te acercas a mí y me besas. Me rodeas el cuello con tu mano izquierda mientras buscas ávidamente bajo mi chaqueta el roce de mi sujetador. Durante la cena has entrevisto en mi escote un poco de puntilla negra y ya me has dicho que lo ansiabas ver. 

Tu lengua juega hábilmente dentro de mi boca. Noto cómo me excito, empiezo a mojarme y, casi sin pensar, acerco mi mano a tu pantalón, donde una erección aprieta la cremallera. Desabrocho torpemente tu cinturón, sin dejar de besarte. Me deslizo en el asiento y por fin libero tu pene, que se yergue orgulloso, mostrándose ante mí con todo su esplendor. Lo cojo con una mano mientras consigo que te bajes los pantalones y los calzoncillos. Casi ni me fijo en que son esos que tanto te gustan. 

Cojo tu pene. Lo lamo, lo chupo, juego con él. Noto cómo cada vez se hincha más, orgulloso, caliente, rosado. Echas la cabeza hacia atrás y te dejas hacer. Juego con tu vientre, meto la mano bajo tu camisa, toco tu pecho, pellizco tus pezones… Gimes cada vez más rápido, tu respiración cada vez más acelerada.

Mordisqueo tu pene. Chupo los laterales mientras con las manos toco todo el glande, esa piel brillante y tersa que tanto me gusta oler, sentir y saborear. La cadencia de mi boca y mis manos se acelera por segundos, tu respiración cada vez más entrecortada… y cuando creo que te vas a dejar llevar, paro en seco.  
-¿Qué haces? ¿Qué pasa? ¿He hecho algo mal? 

Ni respondo. Me subo la falda y me siento a horcajadas encima de ti. Me clavo el volante en el culo pero echas el asiento hacia atrás y me coges por la cintura. Empiezo a frotar mi coño con tu pene y me sonríes picaronamente mientras rebuscas debajo de mi blusa hasta que encuentras la ansiada puntilla negra. Mi ritmo empieza a subir. Mis caderas cada vez van más rápido y tú, mientras tanto, ya me has desabrochado el sujetador, y sin perder un segundo me has liberado de él y de la blusa. Te incorporas un poco y mordisqueas mi hombro y mi cuello, pellizcas mis pezones y tu erección vuelve a presentarse fuerte. 

Mis pechos empiezan a botar al ritmo de mi cuerpo. Los coges con las manos y con los dedos retuerces suavemente mis pezones rosados, cada vez más hinchados. Cuando me siento empapada, aparto levemente mi ropa interior y dejo que entres en mí, que me embistas, que me llenes. Gimo y me retuerzo de placer. Me atraes hacia ti y vuelves a mordisquear mi cuello. 

Me apartas levemente y masajeas mi clítoris, expertamente. Yo sigo el movimiento cadencioso. Todo mi cuerpo, junto al tuyo, al unísono. Me excitan tus ojos, esa mirada entre asombrada y ardiente que tantas veces he visto ya y que no sabe si mirar hacia mis pechos bamboleantes, mi coño depilado o hundirse en mis ojos, suaves, entrecerrados y entregados. 

Sigues moviendo las caderas, casi al límite, cuando notas que me voy. Mi vagina se contrae con fuerza alrededor de tu verga y dejo ir un suspiro, mientras tú acaricias mi clítoris para hacerme llegar un peldaño más allá. 

Cuando estoy recuperando la respiración tú embistes mi coño con más fuerza aún. Aprietas tus caderas cada vez más fuerte, guías mi culo y mi cintura cada vez más hacia ti. No sé cómo, pero también mordisqueas y chupas mis pezones, aprietas mis pechos y de repente, cuando ya me sabes satisfecha y a punto, dejas ir tu semen dentro de mí, con fuerza, con unos embistes precisos… y yo, llena de placer, me dejo caer sobre ti, besando, lamiendo tu cuello, buscando ávida tu boca y notando como tu leche se desparrama dentro y fuera de mí. 

El olor a sexo inunda el coche. Los vidrios se han empañado. Levanto la vista y te miro. Sonríes, con esa picardía en los ojos que sabes que me pierde. Dulzón, bello, tranquilo. 

-Debería llevarte a tu casa- dices. 
-Sí. Deberías- respondo yo. 

Te sonrío y, reticente, vuelvo a mi asiento. Te miro una vez más antes de que arranques el coche. Detecto una media sonrisa en tu boca. Los dos sabemos que antes de llegar a casa, volverás a parar el coche y me besarás.

Comentaris