No tuve más remedio que aceptar la invitación de
mis amigos a pasar un fin de semana en el apartamento de Oliver. Se trataba de
la única oportunidad que teníamos de estar juntos antes de nuestras partidas a
nuestros respectivos lugares de trabajo, a cual más lejano.

Daba la sensación de que esos colgadores apenas se
utilizaban, especialmente uno que estaba a punto de caer. Me acerqué curioso y con
solo tocarlo me quedé con él en la mano. En ese momento maldije esa curiosidad
mía y esa habilidad especial en buscarme problemas. Tenía dos opciones: una era
dejar disimuladamente el colgador en el suelo y desparecer de la zona, o bien
enredarme a reparar de alguna manera la trampa en la que de la forma más tonta
había caído.
Opté por la primera opción. Estudié el terreno, y
cuando fui a ejecutarla pude ver que a unos metros una mujer me observaba con
mirada de censura. Definitivamente tuve que abandonar el plan A cuando la
mencionada señora se acercó hacia mí y con tono de enojo me dijo:
- Parece que al joven se le ha caído el colgador.
No supe qué contestar. Me sentí como si fuera un
niño al que habían pillado con las manos en la masa en plena travesura, y me
sentí doblemente molesto conmigo mismo. Podría haber hecho oídos sordos a la
queja de la mujer e irme por donde había venido, pero me quedé sin defensas y
tuve que claudicar.
- Lo cierto -respondí- es que ya estaba suelta,
pero miraré si puedo hacer algo.
- Pues haga usted el favor, porque este colgador
estaba en perfecto estado antes de que lo estropeara. Soy la presidenta de este
complejo y me conozco al dedillo cada uno de sus detalles.
Empecé a sentir una mezcla de ira y culpabilidad.
No quería dejar en evidencia a mi anfitrión, así que me puse manos a la obra a
ver si alguna mano divina me ayudaba a deshacer el entuerto.
Introduje el vástago del colgador en el casquillo
que había en la pared y comprendí lo simple del mecanismo. Solo era cuestión de
dar un cuarto de vuelta y el colgador quedaría firmemente sujeto. Y así fue.
- Pues ahí lo tiene señora...
- Pilar, Señora Pilar -dijo la mujer severamente acercándose
hacia mi obra y mirándome con desdén-.
La mujer examino el colgador con detenimiento y me
lanzó una mirada de aprobación.
- Esto se merece un premio, creo yo -musité no sin
cierta sorna-.
La mirada que me lanzó la mujer hizo que me
arrepintiera de inmediato de mis palabras una vez más. Era una mirada mezcla de
burla, mezcla desafiante, pero que escondía algo que no quise interpretar.
Observé a la mujer, de unos 60 años, vestida con
una especie de pareo que cubría todo el cuerpo, no sin cierta holgura, y debido
a su proximidad pude intuir partes que deberían encontrase menos expuestas a mi
mirada. Ella se dio cuenta de mi fugaz examen y me dijo con un tono que no daba
pié a una negativa:
- Pues haga el favor de acompañarme.
No sé por dónde salimos del complejo de piscinas.
Se diría que habíamos atravesado el muro de las duchas de una forma mágica,
casi fantasmal, y de pronto me encontré caminando al lado de aquella desconocida
por una suerte de callejuelas pavimentadas de piedras perfectamente ordenadas y
que se asemejaban a la piel de una iguana de color gris.
Caminábamos el uno al lado del otro, cerca. Podía
sentir el olor a mar y a bronceador que desprendía su piel. Un olor que se me
antojaba agradable. De vez en cuando me miraba con una expresión amable. Había
desaparecido todo rastro de hostilidad, y aquel paseo, rodeado de aquellas casas, cada una distinta, pero del
mismo estilo, se convirtió en una experiencia amable.
- Como te llamas, chico?
- Raúl,
disculpe, me llamo Raúl.
- Menos mal! Tienes nombre -dijo acabando la frase
con una risita pícara.
-Ya estamos llegando a casa. Es esta de aquí -dijo
señalando la puerta de color verde claro frente a la que nos habíamos parado-.

- Voy un momento al baño -dijo después de colgar
el cesto de mimbre en el respaldo de una de las butacas de mimbre que adornaban
el salón-.
Desapareció en una de las puertas de la estancia y
pude escuchar como levantaba la tapa del inodoro.
- Qué vas a querer tomar como premio, hijo?
- Pues...
- Anda ven que de tan lejos no te oigo. Y no te
voy a comer.
La situación era bastante incómoda, a pesar de lo
cual me atreví a acercarme hasta el aseo donde la señora Pilar se encontraba
sentada en el inodoro, con la suerte de vestido levantado y en posición de
orinar. Imagino que mi turbación era más que palpable, lo que a la mujer
pareció resultarle divertido. He de reconocer que mi turbación estaba combinada
con cierto morbo, el cual aumentó con el sonido de la orina chocando contra las
paredes de la taza.
La mujer no dejaba de mirarme como examinando cada
una de mis expresiones y movimientos.
- No me has dicho qué vas a querer tomar.
Con un movimiento rápido y preciso se levantó
secándose con papel y dejando ver por pocos segundos un pubis y una vagina
debidamente cuidada. Mi morbo empezó a dejar paso a cierta excitación.
- Ven Raúl, que me parece que no eres muy
hablador. Veamos que encontramos en la nevera.
Me tomó una mano y me arrastró hasta una cocina no
muy grande presidida por una nevera algo sobredimensionada que abrió.
Yo notaba su contacto mientras examinábamos su
contenido, y la agitación que me producía su contacto y su olor, cada vez más
intenso me invitaba a que ese contacto fuera cada vez mayor, y deseaba alargar
esa absurda a la vez que excitante situación de los dos de cuclillas delante de
la nevera, que de algun modo refrigeraba
la excitación quee se había apoderado claramente de los dos.
Mi mano derecha se deslizó por detrás del vestido
que se me antojaba cada vez mas holgado, ahora tensado por la posición. Subí
por las pantorrilas y los muslos con el objetivo de alcanzar su fruta preciada
y cuyo aroma empezaba a embriagarme. Pero cuando estuve a punto de alcanzar su
humedad con las yemas de mis dedos me dijo con la voz entrecortada por la
excitación:
- Cielo, me sabe mal decirtelo, porque me apetece
más que a tí, pero me ha venido la regl, y aunque éstos ultimos años se ha
presentado en pocas ocasiones, estoy notandola. Me viene muy poca, pero ahí
está.
Efectivamente habia caído una gota roja en el
suelo. La noticia no me amedrentó y seguí con mi exploración, habiendo llegado
ya a la primera estación de la ruta, donde noté esa mezcla de humedades.
Pilar me miró con unos ojos entornados por el
deseo y hundió su boca en la mía, lentamente, profundamente y con dulzura.
Seguí explorando hasta una estación próxima, que era su ano, donde me entretuve
humedeciendolo con sus propios propios fluidos.
- Fóllame el culo con los dedos, cielo, lo estoy
deseando.
Introduje el dedo índice, que vista la avidez con
la que entraba, opté por substituirlo por el anular. Despacio y con cautela lo
fuí introduciendo. Mi excitación cada vez era mayor, y no me habia dado cuenta
de que mis pantalones bermudas habían cedido ante la habilidad de la señora,
que habia agarrado mi miembro con dulzura y lo acariciaba lentamente.
continuará...
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