La tía Pilar (1ª parte)



No tuve más remedio que aceptar la invitación de mis amigos a pasar un fin de semana en el apartamento de Oliver. Se trataba de la única oportunidad que teníamos de estar juntos antes de nuestras partidas a nuestros respectivos lugares de trabajo, a cual más lejano.

El último día lo dedicamos a vaguear en la piscina del complejo, pero yo no era muy amigo de estar demasiado rato en la tumbona, así que opté por deambular por las amplias y lujosas instalaciones en las que la familia de Oliver retozaba. No pude evitar detenerme frente a algo que me llamó especialmente la atención. Se trataba de la zona de duchas, por donde uno tiene que pasar antes de meterse en la piscina. Se trataba de un muro desproporcionadamente grade y feo,  pintado de azul celeste, del que sobresalían cuatro duchas milimétricamente repartidas. Cada uno de los extremos del muro estaba rematado por otro muro más corto y que daba sensación de resguardo. Cada uno de esos muros más pequeños disponía de un colgador para dejar la toalla.

Daba la sensación de que esos colgadores apenas se utilizaban, especialmente uno que estaba a punto de caer. Me acerqué curioso y con solo tocarlo me quedé con él en la mano. En ese momento maldije esa curiosidad mía y esa habilidad especial en buscarme problemas. Tenía dos opciones: una era dejar disimuladamente el colgador en el suelo y desparecer de la zona, o bien enredarme a reparar de alguna manera la trampa en la que de la forma más tonta había caído.

Opté por la primera opción. Estudié el terreno, y cuando fui a ejecutarla pude ver que a unos metros una mujer me observaba con mirada de censura. Definitivamente tuve que abandonar el plan A cuando la mencionada señora se acercó hacia mí y con tono de enojo me dijo:

- Parece que al joven se le ha caído el colgador.

No supe qué contestar. Me sentí como si fuera un niño al que habían pillado con las manos en la masa en plena travesura, y me sentí doblemente molesto conmigo mismo. Podría haber hecho oídos sordos a la queja de la mujer e irme por donde había venido, pero me quedé sin defensas y tuve que claudicar.

- Lo cierto -respondí- es que ya estaba suelta, pero miraré si puedo hacer algo.

- Pues haga usted el favor, porque este colgador estaba en perfecto estado antes de que lo estropeara. Soy la presidenta de este complejo y me conozco al dedillo cada uno de sus detalles.

Empecé a sentir una mezcla de ira y culpabilidad. No quería dejar en evidencia a mi anfitrión, así que me puse manos a la obra a ver si alguna mano divina me ayudaba a deshacer el entuerto.
Introduje el vástago del colgador en el casquillo que había en la pared y comprendí lo simple del mecanismo. Solo era cuestión de dar un cuarto de vuelta y el colgador quedaría firmemente sujeto. Y así fue.

- Pues ahí lo tiene señora...

- Pilar, Señora Pilar -dijo la mujer severamente acercándose hacia mi obra y mirándome con desdén-.

La mujer examino el colgador con detenimiento y me lanzó una mirada de aprobación. 

- Esto se merece un premio, creo yo -musité no sin cierta sorna-.

La mirada que me lanzó la mujer hizo que me arrepintiera de inmediato de mis palabras una vez más. Era una mirada mezcla de burla, mezcla desafiante, pero que escondía algo que no quise interpretar.
Observé a la mujer, de unos 60 años, vestida con una especie de pareo que cubría todo el cuerpo, no sin cierta holgura, y debido a su proximidad pude intuir partes que deberían encontrase menos expuestas a mi mirada. Ella se dio cuenta de mi fugaz examen y me dijo con un tono que no daba pié a una negativa:

- Pues haga el favor de acompañarme.

No sé por dónde salimos del complejo de piscinas. Se diría que habíamos atravesado el muro de las duchas de una forma mágica, casi fantasmal, y de pronto me encontré caminando al lado de aquella desconocida por una suerte de callejuelas pavimentadas de piedras perfectamente ordenadas y que se asemejaban a la piel de una iguana de color gris.

Caminábamos el uno al lado del otro, cerca. Podía sentir el olor a mar y a bronceador que desprendía su piel. Un olor que se me antojaba agradable. De vez en cuando me miraba con una expresión amable. Había desaparecido todo rastro de hostilidad, y aquel paseo, rodeado de  aquellas casas, cada una distinta, pero del mismo estilo, se convirtió en una experiencia amable.

- Como te llamas, chico?

- Raúl, disculpe, me llamo Raúl.

- Menos mal! Tienes nombre -dijo acabando la frase con una risita pícara.

-Ya estamos llegando a casa. Es esta de aquí -dijo señalando la puerta de color verde claro frente a la que nos habíamos parado-.

Con soltura sacó las llaves y en un momento nos encontramos en el pequeño salón de una casa con aspecto de segunda residencia y con una decoración claramente femenina.

- Voy un momento al baño -dijo después de colgar el cesto de mimbre en el respaldo de una de las butacas de mimbre que adornaban el salón-.

Desapareció en una de las puertas de la estancia y pude escuchar como levantaba la tapa del inodoro.

- Qué vas a querer tomar como premio, hijo?

- Pues...

- Anda ven que de tan lejos no te oigo. Y no te voy a comer.

La situación era bastante incómoda, a pesar de lo cual me atreví a acercarme hasta el aseo donde la señora Pilar se encontraba sentada en el inodoro, con la suerte de vestido levantado y en posición de orinar. Imagino que mi turbación era más que palpable, lo que a la mujer pareció resultarle divertido. He de reconocer que mi turbación estaba combinada con cierto morbo, el cual aumentó con el sonido de la orina chocando contra las paredes de la taza.

La mujer no dejaba de mirarme como examinando cada una de mis expresiones y movimientos.

- No me has dicho qué vas a querer tomar.

Con un movimiento rápido y preciso se levantó secándose con papel y dejando ver por pocos segundos un pubis y una vagina debidamente cuidada. Mi morbo empezó a dejar paso a cierta excitación.

- Ven Raúl, que me parece que no eres muy hablador. Veamos que encontramos en la nevera.
Me tomó una mano y me arrastró hasta una cocina no muy grande presidida por una nevera algo sobredimensionada que abrió.

Yo notaba su contacto mientras examinábamos su contenido, y la agitación que me producía su contacto y su olor, cada vez más intenso me invitaba a que ese contacto fuera cada vez mayor, y deseaba alargar esa absurda a la vez que excitante situación de los dos de cuclillas delante de la nevera,  que de algun modo refrigeraba la excitación quee se había apoderado claramente de los dos.

Mi mano derecha se deslizó por detrás del vestido que se me antojaba cada vez mas holgado, ahora tensado por la posición. Subí por las pantorrilas y los muslos con el objetivo de alcanzar su fruta preciada y cuyo aroma empezaba a embriagarme. Pero cuando estuve a punto de alcanzar su humedad con las yemas de mis dedos me dijo con la voz entrecortada por la excitación:

- Cielo, me sabe mal decirtelo, porque me apetece más que a tí, pero me ha venido la regl, y aunque éstos ultimos años se ha presentado en pocas ocasiones, estoy notandola. Me viene muy poca, pero ahí está.
Efectivamente habia caído una gota roja en el suelo. La noticia no me amedrentó y seguí con mi exploración, habiendo llegado ya a la primera estación de la ruta, donde noté esa mezcla de humedades.

Pilar me miró con unos ojos entornados por el deseo y hundió su boca en la mía, lentamente, profundamente y con dulzura. Seguí explorando hasta una estación próxima, que era su ano, donde me entretuve humedeciendolo con sus propios propios fluidos.

- Fóllame el culo con los dedos, cielo, lo estoy deseando.

Introduje el dedo índice, que vista la avidez con la que entraba, opté por substituirlo por el anular. Despacio y con cautela lo fuí introduciendo. Mi excitación cada vez era mayor, y no me habia dado cuenta de que mis pantalones bermudas habían cedido ante la habilidad de la señora, que habia agarrado mi miembro con dulzura y lo acariciaba lentamente.

continuará...



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